viernes, 20 de abril de 2007

Soy Albira y conmigo se creó un mundo.

Mañana cumplo ocho años.
Pero yo nací mucho antes: mi mami me inventó hace más de quince años, cuando creó mi cuento y la historia que lleva mi nombre.

Soy Albira, la primera de muchas futuras Albiras, y esta es la historia de la primera Albira del mundo de los Palabrincos...el mundo de las Cantadoras de Cuentos. Si tu mamá aún te cuenta cuentos, como la mía, si incluso los inventa...seguro que tienes un sitio en Palabria, el mundo de los cuentos sin fin. Puede que hasta nos hayamos conocido allí.


Albira, o de cómo nació el mes de ABRIL.
Abril empieza a acariciar nuestros ojos abiertos, ansiosos de sol y júbilo, hambrientos de miel y flores. Abril es un mes pequeño, casi chiquito en su nombre, en su forma, y en su cielo. Ni es marzo -fin del invierno-, ni es mayo -primavera en los campos-. Es un mes que ni es, ni no es, ni quiere ser.
Dicen que cantan las viejas -aunque siempre suenan frescas- Cantadoras de Cuentos que, una vez, hace muchísimo tiempo, cuando no existía la historia escrita, ni falta que hacía entonces, el año tenía solamente once meses.
Era una época en que la gente con años más cortos era más vieja más pronto, tenían menos tiempo para ser felices y la juventud parecía marchitarse primero, al perder, cada año, uno a uno, muchos meses.
Nació, en aquellos días en que cada bebé era una sonrisa y un regalo inesperado, una niñita.
Apareció -nadie sabía por qué, pero tampoco nadie se lo preguntó- en un campo verde, verde como mil hojas de mil árboles distintos, como el fondo de los acantilados, como los ojos de la mujer del poeta, y lleno, tan lleno que no se veía la tierra dorada, de diminutas joyitas con pétalos y brillantes de rocío.
La niñita, feliz y sonriente, jugueteó con los rayos de sol que pugnaban por entrar en su boquita, sin protestar ante su abandono. Ni siquiera reclamó con su llanto la atención de un mundo que tan despreocupadamente ignoraba su existencia.
El primer campesino que pasó por allí se la llevó a casa. La niña no iba vestida con ropa, sino que su cuerpecito había sido envuelto en un edredón de rico brocado color vino blanco, en el que aparecía bordada la palabra ALBIRA. Como ignoraban su posible significado, en un pueblo en el que la sabiduría residía en las abuelas curanderas, todos encontraron justo empezar a llamar a la niña así.
Albira no se quedó en una sola casa, no pasó a formar parte de ninguna familia determinada. La niña era patrimonio común de toda la aldea, aunque, desde luego, no se tratase de una niña nada común, precisamente.
Nunca habló. Ningún adulto consiguió hacerla hablar. No parecía tener una incapacidad específica, e, incluso, algunos chiquillos afirmaban que la habían oído cantar cuando se alejaba en el interior de algún campo con flores. Pero los mayores aseguraban que eso no eran más que fantasías de niños.
Como fantasías debían ser esas historias que circulaban por el pueblo y que hablaban de que se había visto a Albira en las noches sin luna merodeando por las casas y los establos, y que, al día siguiente de su visita, tal gallina había puesto huevos de dos yemas, o aquella vaca ya vieja había quedado preñada.
Sí que era cierto que, en las mañanas escarchadas, aparecían flores frescas en las ventanas de todas las jóvenes enamoradas, y, en las que aparecía una rosa amarilla, habría una niña que nacería en la casa esa primavera. Pero, eso, argüían los adultos, serían tonterías de la niña, que al no tener un techo fijo al que acudir, vagabundeaba a su antojo, querida de todos pero libre como la brisa vespertina.
Albira tampoco aprendió a leer, ni quiso ir a la escuela. A veces pasaba la mañana mirando con sus ojos dulces e interrogadores, de color cambiante, a través de la ventana abierta en la parte posterior del aula. Pero no entraba. Algún otro niño dijo que, como en el verde de la pizarra no había flores, Albira se aburría en el colegio.
Comía muy poco. Parecía alimentarse del aire y de sonrisas. Siempre sonreía. Y a donde iba celebraban su llegada, porque sembraba risas incluso en mitad de una disputa.
Si había una riña, aparecía Albira, acompañada siempre de un animalito que había encontrado enfermo: un corderito, un gato recién nacido, e incluso un lagarto que había perdido la cola, y entonces ya nadie podía mantener su enfado. Sus ojos insondables, profundos como un par de lagunas tranquilas, limpios como la bondad y cálidos como el corazón de una madre, miraban ..., y se disolvían los malentendidos. Parecía ser capaz de encontrar para los demás, en cada momento, la esencia de las cosas, y, ante la verdad de lo sencillo, nadie podía sentir sino armonía y paz.
Y las gentes comenzaron, poco a poco, tal como nos atan las diminutas cadenas de los hábitos, a vivir más sencillamente, a disfrutar más lentamente, a ser más felices durante más tiempo. Y el tiempo mismo se volvió más sencillo, y, en su benevolencia, dibujaba menos arrugas en los rostros, las canas no se acordaban de hacer su aparición y hasta los bebés, felices de serlo, agotaban hasta el último aliento de su niñez, retrasando su crecimiento.
En su nueva forma de vivir mejor y más a gusto, un día los del lugar se dieron cuenta de que les sobraba tiempo, tanto que incluso les sobraban días, suficientes días incluso para que les sobrase un mes. Todo un mes entero para ser más felices.
Decidieron dar una gran fiesta para celebrar la buena noticia y decidieron festejarlo en tal día como alguien -ya no recordaban quién- había encontrado a Albira, años atrás.
Pero Albira ya no estaba. Nadie la había visto. Nadie sabía tampoco cuándo se había ido. Ni a dónde. Había regresado, como una vez había venido, sin llanto, a su mundo, cualquiera que fuese.
La fiesta se celebró de todas formas. No podían estar tristes por la pérdida de su pequeña, porque en realidad nunca había sido suya. Además, ya habían olvidado cómo no estar contentos. ¡Cómo no estarlo con todo un mes de más para disfrutarlo!
Alguien recordó, en plena conmemoración, que tenían que ponerle nombre al nuevo mes. Y le llamaron Albira.
Pero como no tenían historia escrita y el tiempo sí desgasta las palabras, que no los corazones, nosotros lo llamamos Abril.
Lo que no hemos olvidado es que este mes continúa siendo una fiesta, una ocasión especial para la luz y la alegría, para celebrar el placer de estar vivos y para dar gracias por cada color, cada olor, cada sonido más intenso.
También dicen que, a veces, continúan apareciendo rosas amarillas en las ventanas de las jóvenes que van a dar a luz una niña en la primavera siguiente.


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